MENU Dia de LA Madre


Hoy abrimos las puertas del infierno para rendir tributo a quien todo lo da: las madres. Desde el calor eterno de su abrazo hasta la sombra que nos protege en silencio, este menú honra su fuerza con platos que nacen del alma… y se cocinan entre brasas.
Sabores intensos, texturas que acarician y una oscuridad sutil que recuerda que hasta el amor más puro tiene algo de hechizo.
Porque solo una madre puede sostener el mundo… y hacerlo arder sin que nadie lo note.

 

Precio Menu: 35€

Incluye 1 consumición


La ensaladilla es  prepara con una mezcla tentadora de patatas suaves, atún sabroso y verduras que esconden un secreto entre capas de mayonesa cremosa. Servida fría y adornada con aceitunas oscuras, es un entrante aparentemente inocente…  pero con un fondo que susurra desde las brasas.


 


En apariencia simple, nuestro esgarraet esconde el susurro de las llamas: pimientos rojos asados con paciencia eterna se deshacen junto a finas tiras de mojama, todo bañado en un aceite oscuro y profundo. Un plato que no grita, pero arde lento… como el infierno más elegante.


 


Nuestros huevos rellenos parecen salidos de un festín celestial, pero esconden un guiño al otro lado: claras suaves envuelven un relleno cremoso de atún y yema, condimentado con un toque que despierta algo más que el apetito. Coronados con una lágrima de pimiento o una chispa de especia, son bocados inocentes… con una sonrisa peligrosa.


 

Upload Image...

En este plato, la albóndiga de bacalao se presenta dorada como una brasa dormida, flotando en un caldo que parece inocente pero guarda ecos de antiguas mareas. Su textura es tierna, casi celestial, pero en cada bocado late un secreto profundo, como si el mar hubiese hecho un pacto con el fuego. Un susurro del abismo disfrazado de tradición.


 

Upload Image...

Nuestro potaje llega humeante y sereno, con garbanzos tiernos, espinacas y un fondo que parece sacado de un conjuro antiguo. Pero bajo su apariencia humilde, cada cucharada revela un calor persistente, casi ritual, como si el alma del guiso llevara horas cocinándose en calderos del más allá. Un plato que reconforta… y deja una llama encendida.


 


Este pepito con el pan dorado como una costra forjada al fuego, crujiente por fuera y guardián de un relleno ardiente. Dentro, el pisto reposa como un secreto del barrio, con verduras confitadas lentamente hasta rendirse al aceite y al tiempo. Cada mordisco es una explosión cálida, con ecos de brasas viejas y tabernas donde el pecado se sirve entre panes.


 


Nuestras torrijas, se empapan en leche y reposan antes de renacer, crujientes, rebozadas en azúcar y canela como si hubiesen pasado por un círculo dulce del infierno. Doradas, pecaminosas y adictivas, cada bocado es una caricia ardiente al alma… o una tentación que nadie debería resistir.